Es muy común escuchar a las personas que han salido de su país de origen argumentar que salieron en busca de mejores oportunidades o en busca de una mejor calidad de vida. Tomaron su decisión, prepararon su partida, incluyendo la despedida de su antigua vida… Pero yo no tuve opción.
Mi nombre es Ingrid, tengo 30 años y llevo en España un año y cinco meses, en situación administrativa irregular.
Colombia es conocida por ser un país de conflicto, pero no todos los colombianos conocemos esa realidad. Crecemos en una Colombia alejada de la guerra, que lejos de ser perfecta – pues hay dificultades en áreas importantes como la educación y la salud- brinda la oportunidad de vivir, soñar y trabajar dignamente a una buena parte de la población.
En mi caso, crecí y me desarrollé profesionalmente como psicóloga, especialista en psicología clínica con énfasis en niñez y adolescencia. Trabajé desde los 18 años con comunidades vulnerables. De este modo conocí la cara menos amable del país y trabajé con mucho esmero y amor con y por aquellos a quienes les tocó nacer y vivir en la zona de guerra.
En el ámbito del trabajo comunitario he colaborado con diferentes ONG`S. La última de ellas me permitió estar en las zonas en las que los paramilitares hacen las veces de gobernantes. Mi equipo y yo estuvimos en la zona durante un año y actuamos denunciando muchos casos de abuso de poder, auténticas atrocidades. Nuestra “lucha” consiguió que el comandante de la cuadrilla a cargo fuera capturado, pero el coste fue elevado: nos vimos sometidos a hostigamiento, amenazas, etc. La comunidad nos protegió hasta donde pudo, pero nuestra seguridad ya no estaba garantizada. Los paramilitares no querían que regresásemos pero, si no lo hacíamos, ¿quién protegería a la comunidad?
No me sentía en peligro, así que no consideré necesario contar nada de lo sucedido a mi familia. Tenía claro que después de las vacaciones, regresaría a mi puesto de trabajo. Sin embargo, en días previos a mi viaje de vacaciones a España, justo el día de Navidad, todos los miembros del equipo recibimos un aviso: nos fue enviada una corona fúnebre a casa. En mi caso, llegó a casa de mis padres, a pesar de que yo vivía independiente desde hacía años al otro lado del país, con mi nombre escrito en ella. En ese momento, ellos empezaron a experimentar miedo.
Continuamos con nuestros planes de viajar a España para visitar a mi hermana y mis sobrinas, a las que hacía al menos 3 años que no podía abrazar. A días de regresar, mi familia me presionó para que permaneciera aquí: mi hermana me ayudaría a encontrar un trabajo a fin de solicitar permiso de residencia y trabajo a través del arraigo social. Mi madre me suplicó que me quedara y sólo por ella lo hice pero fue la “decisión” más difícil de mi vida: no me pude despedir de nadie (sobrinos, amigos, compañeros de trabajo, ¡¡mi gato!!). Me vi obligada a renunciar al trabajo por correo electrónico, con todos mis proyectos a medias. Dejé toda mi vida allí, sin esperarlo, sin desearlo, y eso me dejó en shock, como un “zombie”. Apenas recuerdo nada de mi primer año en España, sólo podía pensar en Colombia.
Durante los primeros meses de estancia aquí, en 2018, me enteré del asesinato de mi equipo: desde un estudiante de 16 años, pasando por dos líderes sociales, un antropólogo, un trabajador social, hasta llegar a mi colega, una psicóloga a quien tenía una profunda estima. Empecé a experimentar síntomas de depresión, crisis de ansiedad y pánico, lloré como nunca lo había hecho antes. Mi personalidad cambió por completo, pasé de ser una persona extrovertida y cálida, a una mujer callada, incapaz de pronunciar más palabras de las necesarias. La frustración y la ira se veían reflejadas en mi cara y mi comportamiento, incluso la ropa que vestía era oscura, apagada, así cómo me sentía. Había perdido el control de mi vida, mi lugar en el mundo. A pesar de la compañía de mi hermana y sobrinas, a las que amo con toda mi alma, me sentía vacía.
Acudí a Elche Acoge y me informaron de la posibilidad de solicitar asilo político, aún hoy insisten, pero cuando reuní el valor de acudir a la comisaría de policía, encontré las puertas cerradas. No me dejaron explicar absolutamente nada pues, a su juicio, “había perdido la oportunidad por llevar casi un año en el país”, haciéndome conocedora de esta condición de una manera muy ruda. No pude explicarles que desconocía qué era el asilo, que había estado en shock, confundida y paralizada durante muchos meses… No pude, y el miedo que nunca antes había sentido, se instaló en mí y permanece a día de hoy.
Elche Acoge y el Área de Igualdad, con el servicio de atención psicosocial, han sido un eje fundamental en mi recuperación: me han brindado herramientas y, después de varias sesiones de psicoterapia, por fin fui capaz de comprender qué estaba sintiendo y que la decisión de mi familia, aunque quizás incorrecta en la forma de proceder, fue con la mejor intención: la de salvar mi vida. Me di cuenta de que no fue mi decisión, pero sí fue el momento correcto, una imposición que me abrió la oportunidad de vivir, y de trabajar en algo que nunca desempeñé en Colombia, pero que me ha servido para aprender y conocer nuevos talentos de mí misma.
Sigo sintiendo miedo. Sigo sin ser capaz de acudir a solicitar asilo. Sigo frágil. Pero estoy convencida y motivada para aprovechar el tiempo que me queda para poder regularizar mi situación, poniendo todo mi empeño en recuperarme emocionalmente, en observar las cosas positivas de mi nueva vida y en saborear los pequeños placeres que nunca antes pude disfrutar, como el tiempo para leer libros que me gustan.
Esta es mi historia: vine a España de vacaciones y me tuve que quedar. Fue la única forma de poder salvarme, aunque para comprender e interiorizar que se trataba de una bonita oportunidad, he tenido que zozobrar y luchar por volver a levantarme.