Nací en Colombia, en un pueblo llamado Arantzazu Caldas.
Mi madre tuvo dieciséis hijos, de los cuales solo vivimos siete. Éramos una familia muy humilde, mi padre nunca pudo trabajar ya que siempre estuvo enfermo, y mi madre se dedicaba al campo.
Desde muy niña tuve que ayudar a mi familia, por lo que siendo muy pequeña tuve que compaginar mis estudios con el trabajo.
Mi sueño y mi objetivo eran poder estudiar y llegar a ser profesional, algo que mis padres no me podían facilitar por falta de recursos. Así que con doce años me trasladé a casa de un familiar que me permitió estudiar bachillerato, y cuando acabé me fui a Manizales y empecé a buscarme la vida sola.
Pasaron unos años y me marché a Bogotá, buscando otras oportunidades de trabajo que me permitieran pagarme unos estudios, pero nunca lo logré. Allí conocí al que se convertiría en el padre de mi hija, y ahí empezó mi calvario. Él bebía demasiado y no le gustaba trabajar.
Fue un tiempo durísimo porque no tenía ayuda de nadie.
En ese tiempo caí enferma por el estrés al que estaba sometida, tenía que trabajar y sacar adelante a mi hija y mi hogar.
Pasaron los años y, por suerte la vida en ocasiones pone en tu camino a personas que vienen a hacerla un poquito más agradable. Desde hace cinco años conozco a una persona que incondicionalmente nos quiso ayudar, a mi hija y a mí, y gracias a ella hoy estamos aquí, nos animó a venir y nos apoyó desde el primer momento.
Llegamos a España hace cuatro meses y desde entonces nuestro camino tampoco ha sido fácil.
Tenía una amiga en Santander que nos ofreció su casa a nuestra llegada. Tal fue nuestra suerte que al llegar nos encontramos con que ella estaba muy enferma, ingresada en la UCI, y a los nueve días falleció.
Nos sentíamos desamparadas, en un lugar desconocido y sin saber qué hacer. Mi hermana, que estaba en Colombia, me facilitó el teléfono de una prima que vivía en Alicante, y con la que no mantenía contacto desde hacía veintitrés años.
La llamé con la esperanza de encontrar su apoyo y me ofreció su casa, pero solo estuvimos cuatro días ya que su actitud hacia nosotras fue pésima, todo le molestaba. Así que decidimos marcharnos.
Por mediación de un conocido encontramos una habitación de alquiler en Orihuela, pero solo estuvimos un mes, nos quedábamos sin recursos económicos al no encontrar trabajo alguno.
Nos hablaron de la asociación Vega Baja Acoge y acudimos sin dudarlo, necesitábamos ayuda y en este lugar nos brindaron todo el apoyo que estábamos buscando.
A día de hoy seguimos inmersas en la lucha por nuestros sueños, el mío, concretamente, es el de ofrecer a mi hija un futuro mejor. Unos estudios y mejores oportunidades que las que yo tuve. Yo seré feliz viendo como lo consigue, solo así sentiré que cada lágrima derramada ha valido la pena.
Mientras eso llega -que llegará- me conformo con tener nuestras necesidades básicas cubiertas y una vida digna y tranquila.
Gracias infinitas al equipo de Vega Baja Acoge por creer en nosotras cuando nadie lo hacía, y a las buenas personas que nos han ayudado en este difícil camino que un día decidimos emprender.
¡Gracias!