Me llamo Leidy, tengo 34 años y soy natural de Colombia, concretamente de una ciudad llamada Palmira. Tengo dos hijos, de 15 y 3 años de edad.

En Palmira vivía junto a ellos y mi marido. Allá vivimos hasta que a él, una de tantas bandas organizadas, comienza a extorsionarlo. Cada vez le pedían una cantidad de dinero mayor y él accedía por miedo a que nos hicieran daño. 

Debido a esto empezamos a retrasarnos con los pagos del alquiler, por lo que decidí marcharme, junto a mis hijos, a casa de mi madre.

Mi marido, frente a esta situación, decide que se viene para España, por lo que en un primer momento viene solo. Al llegar, unos pastores de la iglesia lo reciben en Soria y tras dos meses de estancia acá, me pide que venga a España con él.

El dinero no nos alcanzaba para el pasaje de los tres, por lo que mi hija queda al cuidado de mi madre en Colombia, y yo viajo junto a mi hijo que en ese momento tenía 10 meses.

Una vez llegamos a España nos recibe mi marido y juntos marchamos a Valladolid, donde nos acogen desde una organización y empezamos a tramitar la solicitud de Protección Internacional. Allá pasamos aproximadamente seis meses, que coincidió con el inicio de la pandemia.

Posteriormente nos informan que se nos ha denegado la Protección Internacional. Lo que complica nuestra situación todavía más.

Nos vemos obligados a dejar el recurso en el que estábamos acogidos por nuestra condición de solicitantes de asilo y tras la noticia de la denegación tenemos que plantearnos un nuevo rumbo.

Una prima de mi marido que vivía en Orihuela (Alicante) nos comenta que vayamos a vivir allá, que hay trabajo y ella nos podría ayudar. Así fue como llegamos a Orihuela. 

Alquilamos una habitación con los pocos ahorros que teníamos, pero pasados dos meses y ante la falta de recursos económicos y las grandes dificultades para encontrar un empleo estable, fuimos a buscar ayuda a otra organización. Allí nos dijeron que nos podían  colaborar con la alimentación, pero realmente nuestras necesidades  iban más allá, necesitábamos un lugar donde vivir, ya que la habitación que ocupábamos teníamos que dejarla ante la imposibilidad de hacer frente a los pagos.

Es por ello que nos derivan a la asociación Vega Baja Acoge. De esa forma entramos a formar parte de su recurso de alojamiento temporal. Nunca lo olvidaré, fue un 13 de febrero de 2021.

A partir de ese día nuestras circunstancias empiezan a cambiar. Nos mantenemos ocupados entre las muchas actividades que nos ofrecen y de las que somos participes, lo que nos ayuda a pasar mejor el tiempo y a sentirnos más integrados acá.

Tras tres meses de estancia en el recurso comenzamos a trabajar como internos en una casa al cuidado de personas dependientes.

A esa casa nos trasladamos mi hijo, mi marido y yo, lo que nos ha dado la posibilidad de plantearnos más expectativas de futuro. A día de hoy son nueve meses trabajando en esa casa.

Echando la vista atrás soy consciente de que nuestra situación nunca ha sido fácil. Pero siento que cada vez estamos más cerca de conseguir la estabilidad y la seguridad que necesitamos.

En muy poco tiempo cumplimos los tres años de estancia en España  y podremos regularizar nuestra situación, lo que nos va a permitir cumplir nuestro sueño más anhelado, que mi hija finalmente pueda reunirse con nosotros y que juntos podamos 

disfrutar de una estabilidad emocional, económica…, en definitiva, de una mayor calidad de vida.

A día de hoy sé que el camino recorrido a lo largo de estos “casi” tres años ha sido duro, con muchos baches encontrados, aunque también superados.

Aún no hemos logrado llegar a nuestra meta, mi meta…, pero tengo la certeza de que cada vez estamos más cerca de alcanzarla y lo vamos a lograr.